29 de octubre de 2010

Que me opere un alumno de quinto de medicina, por favor

¿Certificarse como Project Manager Profesional? ¿Para qué?

¿Eres de los quieres que tu coche tenga los sistemas de seguridad y fiabilidad de los viejos Ford T? ¿o de los qué pides que tu médico de cabecera te aplique sangrías y recete aceite de hígado de ricino para todo? ¿O quizás seas de los que si ves un cartel que anuncia remedios mágicos vas directo a que te resuelvan tus jaquecas? ¿Eres de los que sientes el vértigo de la emoción al saber que el cirujano que se está enfundando los guantes para operarte de hepatitis le faltan tres asignaturas para acabar la especialidad? ¿O de los que con tal de salir pronto, le pedirías al piloto del avión que dejara de perder el tiempo repasando las listas de control que se las debiera saber de memoria y, además, nunca pasa nada?

Si tu respuesta a estas preguntas es SI, te puedes ahorrar el esfuerzo de seguir leyendo.

Si dudas u opinas como el que escribe y tu respuesta es NO, te animo a seguir leyendo.

Pocas personas, salvo algunos osados, pondrían en manos de un señor que dice que sabe curar pero que no tiene su título colgando en la consulta; pocas personas aceptarían ser operados por un cirujano sin acabar la carrera; pocas personas vivirían en un edificio de diez plantas diseñado y proyectado por un magnífico farmacéutico que dice que sabe proyectarlo –que la casa del pueblo se la hizo él-; pocas personas nos dejaríamos llevar por un piloto que tiene tanta experiencia que, como le sobra, se salta los procedimientos de seguridad.

Sin embargo, es bastante habitual, diríamos que es norma, que una empresa, un director general o un accionista dejen que los proyectos en que se basa todo el éxito de su estrategia de negocio sean dirigidos por un magnífico técnico, con un brillante expediente en ingeniería eléctrica o en los compuestos químicos del medicamento más peculiar o en las últimas aleaciones de alta resistencia para naves aeroespaciales. Como son gente lista…, como son gente que vale…, que tiene ganas…, que son despiertos…, con recorrido,… -por utilizar méritos enumerados cuando se asciende a un técnico a la categoría de gestor- en cuatro días se pondrán al día y controlarán el proyecto.

Sin formación adicional, eso se va aprendiendo. Peligro (o, al menos, mucha precaución, por riesgo probable). ¡Estamos ante un gestor accidental de proyectos!

No nos cuesta entender la necesidad de tener la especialidad de cardiología para operar de corazón; ni nos cuesta entender la necesidad de poseer la especialidad de cálculo de estructuras para proyectar un puente; ni nos cuesta, en general, entender que una certificación o una acreditación es un elemento indiscutible para ejercer cualquier profesión.

Entonces porqué, muy especialmente en nuestro país, hay un total desconocimiento –afortunadamente decreciente- y un pasotismo frustrante –ciertamente asentado- ante el hecho de que las personas más importantes para el crecimiento de una empresa, para el cumplimiento de su estrategia, para la ejecución exitosa de sus proyectos sean unos magníficos técnicos o licenciados que, como son trabajadores y muy aplicados, lleven el peso de esta responsabilidad sin tener una certificación que avale que tienen la formación en gestión de proyectos.

Según escribo esto oigo las voces de los sabios (“a mí me van a enseñar, si llevo en esto toda la vida, cómo tengo que llevar mi empresa,…”) que en versiones más refinadas suenan como Tener la certificación de PMP no significa ser un buen gerente de proyecto” (ni tener el título de medicina implica ser un buen médico), “Yo conozco gente con muchos años de experiencia que no son certificados y son excelente gerentes de proyecto” (y yo conozco un buen chaval, hijo de piloto, que sería capaz de pilotar el avión Madrid-Pamplona con absoluta seguridad, sin necesidad de un título de piloto).

Efectivamente, tener la certificación de Project Manager Professional no nos asegura que seamos un buen gestor de proyectos, ni que el proyecto termine exitosamente. Pero sí contribuye al logro de los objetivos de la empresa si se combina con otros elementos que debe tener un buen gestor de proyectos. Sin entrar en integrismos, sí que es cierto que un buen project manager debe tener una serie de elementos –entre otros, conocimientos y habilidades-  necesarios para la gestión de proyectos.

Por lo tanto, qué elementos hacen que tengamos un buen gestor de proyectos:

Que una persona gestione a su manera sus proyectos –que es diferente de la manera en que los gestiona su compañero de despacho- y utiliza unas herramientas que le gustan –que son diferentes de las que utiliza su compañero de despacho- y que los análisis de riesgos y los informes de desempeño los elabora y distribuye cómo y a quién él considera conveniente –que no necesariamente coincidirán con la opinión y similar experiencia de su compañero de despacho- no parece una buena práctica en el caso de que la empresa quiera tener un control en tiempo y forma todos los proyectos que conforman su cartera de proyectos.

Por tanto, tener un corpus de conocimiento nos permite conocer y considerar –en ocasiones no será necesario utilizarlos o hacerlo con un nivel de detalle menor- los procesos herramientas para ejecutar un proyecto por el camino más rápido y seguro y de acuerdo a unos criterios generales -procesos de la organización- que son activos muy importantes donde se recoge el conocimiento de la misma.
Nadie discutirá que la experiencia es un grado. La experiencia es importante para cualquier profesión, nos da más recursos y aplomo para afrontar con efectividad la resolución de problemas o situaciones de conflicto. Pero conviene también recordar que no es lo mismo “haber dado 30 años clase” que “haber dado durante 30 años la misma clase”. Este último profesor no me gusta.
Si en el ejercicio de la profesión no hay una disciplina –y utilizo la palabra disciplina con todo lo que conlleva de procedimiento, persistencia, esfuerzo, continuidad- de mejora continua el Project manager estará 30 años gestionando los proyectos de la misma manera, cometiendo los mismos fallos. Por ello es importante conocer e implantar técnicas de mejora continua para poder mejorar la gestión de los proyectos y el conocimiento de la empresa. Debemos exigir a un buen Project manager que la experiencia (según Oscar Wilde, es como llamamos a nuestros errores reservando ésta fea palabra para los de los demás) adquirida en cada proyecto se convierta en saber explícito para sí mismo y para la compañía y no se vaya volando con las personas (Verba volant, scripta manet).

Por lo tanto, queremos Project managers con experiencia, formación continua y disciplinas de mejora continua que implanten en su gestión de proyectos planes de mejora continua y de recogida de lecciones aprendidas. No queremos proyectos managers que cometan los mismos errores una y otra vez sino que cometan nuevos y más apasionantes errores (de los que deriven nuevos y más apasionantes aprendizajes).

La titulación inicialmente y la certificación posteriormente no son el final sino el principio de un largo camino de aprendizaje, de mejora continua, más si cabe en un mundo tan dinámico como el de hoy. Un buen Project manager hoy puede ser un nefasto Project manager en un par de años si no ha sido capaz de aprender de cada proyecto y de actualizarse y, sobre todo, participar en o liderar proyectos donde pueda poner en práctica los conocimientos adquiridos. Es un ciclo reiterativo que enriquece la formación continua. (Formación – experiencia- formación)

Como hemos visto al inicio parece lógico que apliquemos al campo de la gestión por proyectos los mismos criterios que a otras disciplinas y que nuestros Project managers posean la certificación y acreditación que les habilita para practicar la profesión manager (el título de médico, el título de piloto,…). Preferentemente una certificación de carácter global que implique ser reconocido como un experto en la materia a nivel mundial. Recordemos que, en general, ante una enfermedad preferimos ponerse en manos de un licenciado en medicina de una facultad reconocida que no de una que no sabemos ni dónde está.

Además, como ocurre con el código deontológico de los médicos y su famoso juramento hipocrático, cada disciplina y, la gestión de proyectos en particular no es menos, debe tener su propio conjunto de principios y reglas éticas que han de inspirar y guiar la conducta profesional del Project manager. De esta manera los deberes que se imponen obligan a todos los Project managers en el ejercicio de su profesión independientemente del sector o ámbito en el que trabajen. Existe ya un código de ética profesional para los Project managers elaborado por el Project Management Institute que puede servir de base y que, todo aquel que se certifica como Project Manager Profesional, se encuentra obligado a cumplir.

Concluyendo. Hemos visto que existen varios factores por los cuales las personas o las empresas podrían confiar más en unos o en otros, como el costo, amistad, tiempo, la capacidad de maniobra,… Pero, a la larga, y a la luz de los resultados parece claro que lo mejor es ponerse en manos del grupo de profesionales, con sus estudios, su formación específica

27 de octubre de 2010

El Efecto Halo, el Principio de Peter y el Project Manager Accidental

Un poco de historia

El efecto Halo es una desviación cognitiva por la que la percepción de una característica de una persona está influenciada por la percepción de otras características de esa persona. Así, una persona ordenada se percibirá también como válida y eficiente o una persona elegante se percibirá como más educada que una peor vestida.

Fue E.L. Thorndike quien primero estudió empíricamente este efecto y sus conclusiones las publicó en 1920. Thorndike pidió a un grupo de mandos del ejército que evaluaran a sus soldados en diferentes aspectos y se encontró con una relación muy fuerte entre todas las características positivas y negativas. Los comandantes no parecían evaluar a sus empleados bien en unos aspectos y mal en otros. Muy al contrario, cada soldado era evaluado o muy bien o muy mal en el total de los parámetros evaluados.

Posteriormente S. Asch, en los años 50, llevó a cabo experimentos con individuos a los que acompañaban “cómplices” del director del experimento. En ellos demostró que la presión social sobre las personas puede inducirlas voluntariamente al error en aspectos muy obvios y sobre los que el individuo tenía inicialmente una opinión clara y decidida. Si el “cómplice” aparentaba saber, ser serio o reflexivo,… “el experimentado” se dejaba llevar por su opinión. Asimismo identificó que lo “atractiva” que sea una persona era un elemento clave en esta distorsión. De esta manera hombres o mujeres atractivas serán percibidos como personas de nivel intelectual alto, una buena educación, tendencia bondadosa,…

Ya a finales de los 60, Harold Kelley desarrolló su teoría de la personalidad implícita que, en la línea de los experimentos anteriores, indicaba que las primeras características que percibimos en una persona influyen muy sensiblemente nuestra interpretación y percepción de las que evaluamos después. En primera instancia nos generamos unas expectativas –positivas o negativas- sobre esa persona. Así, a las personas atractivas se las juzga como personas con una personalidad más agradable y con más habilidades que a aquellas que no son atractivas (pensemos en los malos –feos - y los buenos –apuestos- de las películas de Disney…)

Por último, Karen Dion, años 70, llegó a un resultado similar. Y lo hizo preparando un experimento en el que mostraba fotografías a diferentes personas y les pedía que hicieran un juicio sobre la persona de la foto. Las personas con apariencia atractiva se les suponían mejores personas, más responsables, más inteligentes,…

Aplicaciones (o distorsiones) en el terreno de lo social

Este efecto, en la medida que no lo hagamos consciente, tiene consecuencias realmente peligrosas o, al menos, injustas ya que, por ejemplo, la mayoría de los seres humanos da por sentado, inconscientemente, que la gente rica, vestida con traje y corbata, apuesta,… es más inteligente, honrada (estoy pensando en los políticos corruptos…) y digna de confianza que los individuos corrientes.

Si una persona es guapa tenderemos –inconscientemente- a pensar que es más inteligente o más limpia o más…. Si sabemos que una persona está en tratamiento psiquiátrico por una depresión, tenderemos a ver indicios de patologías mentales en cualquier acto o comportamiento, aunque sea el más normal del mundo, que tenga esa persona.

Según sea la primera impresión así se juzgará a la persona. Pensemos en un niño que nos sonríe; automáticamente lo consideramos amigable y simpático. Pero si se enfada pensamos que lo hace a propósito y es un malcriado. ¿Nos suena?

Aplicaciones (o distorsiones) en el terreno de la empresa

P. Rosenzwieg, profesor de gestión internacional y estratégica en el International Institute for Management Development en Lausanne, Suiza, analizó el efecto halo en la empresa. Concluía que, en los negocios, el rendimiento general de una empresa, generalmente definida por los resultados financieros tangibles da forma a nuestra evaluación de otros parámetros de la empresa menos tangibles. “Por ejemplo, cuando los tiempos eran buenos, Cisco Systems y ABB fueron admirados por su enfoque al cliente, la eficiencia de la organización y el carisma de su Presidente, pero cuando las cosas fueron mal y bajó su rendimiento financiero, fueron criticados exactamente por lo mismo.” 

Este mismo autor, señalaba a los CEO, como los principales beneficiarios (o víctimas) de este halo. “Es irresistible suponer que una empresa altamente rentable debe tener una persona brillante al timón. El sólido historial de General Electric durante la década de 1990 creó un halo alrededor de Jack Welch y altos ejecutivos, incluyendo a Bob Nardelli. Pero como hemos visto recientemente, una vez que dejó la aureola mágica de GE, Nardelli se reveló como un, digamos, brillante caballero (Shining Knight)”.

Aplicaciones (o distorsiones) en la gestión de proyectos

En una empresa, podemos tener buenos técnicos, magníficos expertos en su área. Llegado el momento, la empresa, pensando que serán tan buenos en su nuevo cometido como lo son en el ámbito técnico, se les propone un ascenso sin valorar si las habilidades, capacidades y formación son las requeridas para el nuevo puesto.

El magnífico y trabajador técnico aceptan un cargo para el que no está capacitado sólo por el prestigio personal que ello supone o por una cuantiosa mejora económica en su sueldo.

Por esto, la disciplina de la gestión de proyectos, es una en las que con más frecuencia se cae en el efecto Halo. Se elije al mejor técnico, al más trabajador, al que más sabe en la materia para que pase a gestionar proyectos, lo que significa gestionar personas, lo que significa gestionar conflictos. Y, para hacer esto bien, se requieren habilidades, conocimientos, herramientas y una experiencia que el nominado puede no poseer.

Si el técnico no posee los conocimientos, las habilidades y capacidades adecuadas, será un problema para el proyecto ya que tenderá a no delegar; revisará aspectos técnicos, utilizando el término anglosajón, hará "micro management", que desmotivará e importunará al equipo realmente responsable de hacer ese trabajo. El mismo se acabará frustrando y añorando los tiempos en que era feliz resolviendo los problemas técnicos que la apasionaban.

Si parece lógico que una persona guapa no tiene porque ser inteligente (ni por ser guapa tiene que ser tonta), tampoco infiramos que alguien, por ser un magnífico ingeniero eléctrico, sea un buen gestor de proyectos eléctricos.

Recordando el Principio de Peter

Todo esto nos hace recordar el famoso “Principio de Peter” de Dr. Laurence J. Peter,  editado por primera vez en el año 1969, según el cual “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”. Y tiene como “Corolario de Peter”, mucho más crudo, que “Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”.

En el libro pone un ejemplo muy gráfico: Un ejemplo es el vendedor que disfruta con su trabajo y realiza un número elevado de ventas. Por ello, es ascendido a jefe de ventas, tarea que con el tiempo realiza de forma exitosa, lo que le lleva a un nuevo ascenso, esta vez como delegado comercial y así progresivamente hasta ser director comercial. En ese punto, se muestra incompetente, pues debe tomar decisiones en vez de vender, que es lo que realmente hace bien y le gusta, así pues deja de ascender y se mantiene en dicho puesto haciendo de forma incompetente su trabajo.

Que no nos pase esto con nuestros buenos técnicos. Si son buenos técnicos, valoremos sus aptitudes y habilidades para la gestión, no las supongamos. Y si las tiene, valores sus conocimientos para la gestión, no los supongamos. Y si no los tienen, formémosles en los conceptos, técnicas y herramientas en gestión de