Estoy en Zaragoza, revisando la clase de mañana, sobre gestión del alcance. Y hay una de las transparencias que me encanta porque me parece que resumen buena parte de lo que es la gestión del alcance. El contenido es este:
esta es la FASE DE LAS PREGUNTAS
PARA SABER QUÉ c…… QUIERE EL CLIENTE
y para ello PREGUNTA (QUÉ QUIERES, PARA QUÉ LO VAS A UTILIZAR,…)
y VUELVE A PREGUNTAR (QUIERES DECIR QUE NECESITAS ALGO COMO)
y, no contento, ASEGÚRATE QUE HA ENTENDIDO TU PREGUNTA Y TÚ, SU RESPUESTA
y no acabes ahí, no lo dejes escapar
VUELVE A PREGUNTAR (Y ESTO TIENE QUE VER CON…? ESTARÍA INCLUÍDO ESTO?)
Y, DESPUÉS, VUELVE A
PREGUNTAR,
CONFIRMAR,
SINTETIZAR,
ACLARAR
PREGUNTAR,…
Y me he acordado de un ilustre preguntón....
SÓCRATES, SIGLO IV AC.
Todo comenzó en Grecia y con un hombre muy especial que hacía
demasiadas preguntas. Concretamente en Atenas, lugar donde por aquel
entonces nacía una forma de gobierno singular llamada
democracia gracias a la que los atenienses (mujeres y esclavos,
no… eran otros tiempos) para tomar una decisión importante, podían
exponer sus opiniones antes de votar lo que debía hacerse. Y todo
comenzó, más concretamente de la mano de un preguntón llamado
Sócrates al que le encantaba pasearse por su ciudad natal haciendo
preguntas a sus paisanos y discutiendo con ellos sus respuestas.
Este buen hombre se hizo famoso por reconocer que en realidad todos
sus conocimientos eran triviales, útiles para salir del paso, sobrevivir o
entretenerse pero para poco más y que –éste fue el titular que quedó
para la posteridad- “yo sólo sé que no se nada” porque consideraba,
no sin razón, que para qué le servía todo lo que sabía si desconocía
lo más importante: cómo se debía vivir, qué hacer con su propia vida.
Prefería, mientras se sentaba al sol en la ágora, pasar por un ignorante
absoluto y tomar por grandes sabios a sus interlocutores –cuando
entonces y dos mil cuatrocientos años después, lo habitual es lo
contrario- y le daba buen resultado pues consideraba que, así, cada día
sabía más.
Fue conocida su discusión con “el sabio” Calicles al que interpeló sobre
qué era mejor, cometer una injusticia contra otro o padecerla uno mismo.
La respuesta era obvia para el preguntado: es mejor cometer injusticias
que ser víctima de ellas. Pero Sócrates opinaba lo contrario y pensaba
que si alguien le hacía una fechoría, no por eso él se volvía peor ni
perdía la virtud. Era el otro el que se manchaba. Consideraba que
lo único que estropea nuestra vida son las injusticias y abusos que
cometemos voluntariamente. Todo ello mosqueó profundamente a
Calicles.
Pero no solo a él, sino a muchos otros de los “ciudadanos de bien”
de Atenas que se sentían incómodos con nuestro amigo porque hacía
dudar de las cosas que siempre se había creído. Porque, entonces y dos
mil cuatrocientos años después, hay gente que está convencida de los
dogmas en que creyeron sus padres y sus abuelos y sus tatarabuelos y
está mal, pero que muy mal, discutirlos y menos cuestionarlos.
Hay que aceptarlos sin más, sin darles más vueltas y enredar como
hacía el bueno de Sócrates.
Hacer preguntas difíciles de contestar y cuestionar lo establecido era
–y sigue siendo- una gran falta de respeto, incluso subersivo. Y, si te
descuidas, te juzgan por ello y, en el peor de los casos, como le ocurrió
al filósofo griego, te matan por ello. En su famoso discurso de defensa
dijo aquello de que “una vida que no reflexiona ni se examina a sí
misma no merece la pena vivirse”.
Y es que, eso de preguntarse a sí mismo vale, pero preguntara los demás,
está mal visto.
Y sería muy poco razonable –y muy incómodo, por algo le dieron ese
gintonic cargadito de cicuta-.
Y ya sabemos la tantas veces repetida
frase de, nuevamente, G.B. Shaw de que "el hombre razonable se adapta
a las condiciones que le rodean mientras que el no razonable adapta su
entorno a él, lo que nos lleva a la conclusión de que el progreso depende
de gente poco razonable".
Sócrates se preguntaba, observaba, experimentaba. Preguntar le permitía
salirse de las reglas del juego establecidas por el status quo y
considerar nuevas posibilidades. Observar le permitía detectar pequeños
detalles que le sugerían nuevas formas de ver y hacer las cosas. Al
experimentar probaba sin descanso nuevas formas de vivir mejores y
más justas y explorar su mundo.
Por ello, Sócrates hoy, sería alguien a quien, cuando la gente le dijera “no”,
escucharía “tal vez”, para quién el mundo sería un laboratorio en el que
no quedarse quieto como un mueble sino en el que experimentar
formas de mejorarlo. Me lo imagino preguntándose continuamente
¿Qué pasaría si…? ¿Porqué hago las cosas de esta manera? ¿Qué sentido
tiene que esto sea así?.
Me imaginaría a Sócrates... como Project Manager... preguntado, haciendo equipo, empujando, creando equipo, no asumiendo nada,....
Lo que pasa que se hubiera negado a pasar un examen de certificación...
Sino, si no tenemos patrón... podíamos nombrarlo SS: San Sócrates
Es tarde y se me va la olla... qué descanséis....
Daniel,
ResponderEliminarMe ha gustado mucho esta entrada. Creo que das en el clavo. Primero porque la indefinición del alcance es el mal de origen de muchos proyectos. No sólo me refiero a la indefinición inicial o a los cambios de alcance que se dan a medida que avanza el proyecto, que son inevitables y más aún en contextos tan volátiles como en los que trabajamos actualmente. Creo que el quid de la cuestión está en cómo gestionamos esa indefinición y los cambios de alcance. Y ahí es donde el PM y su equipo deben aplicar el diálogo socrático casi hasta el punto de resultar irritantes para el cliente. Hay que cuestionar el por qué, el para qué y, sobre todo, el cómo. Hay que confirmar los detalles (el diablo está ahí) hasta la extenuación, hay que pedir que se explicite lo que es un cambio y si es un cambio habrá que aclarar que será necesario gestionarlo (analizarlo, evaluarlo, aprobarlo, comunicarlo…). Habrá que dejar todo el proceso documentado para los que venga detrás (en el proyecto o en otros proyectos). Y todo, como dices, corriendo el riesgo de que nos hagan beber la cicuta.
En conclusión hay que ser socrático en las preguntas y muy poco socrático en el procedimiento; Sócrates no dejó nada escrito y todo lo que sabemos de él es gracias a terceros, principalmente gracias a su gran discípulo Platón. Y además Sócrates fue un escéptico pero con límites. Era un cachondo y acabó riéndose de sí mismo y de los escépticos. En definitiva su famoso aforismo “sólo sé que no sé nada” es, además de todo lo que has dicho, un chiste, una paradoja para escépticos: si sólo sé que no sé nada, ya sé algo y, por tanto, ¡¡¡no es cierto que no sepa nada!!!
que bueno !!!
ResponderEliminarsomos los filosofos de una nueva era.
Felicidades por el blog !!!
hoy en día se le hace más caso al que parece seguro que a quine está en lo cierto.
ResponderEliminarY, más aun, en nuestro entorno veloz de negocios/empresas/proyectos, donde parece que la seguridad de quien habla transmite seguridad al oyente. No temnemos tiempo para la duda, hay que seguir sin dudar.
Mala época para detenerse a cuestionarse... pero creo que eso está en la naturaleza humana porque era igual hace miles de años.
Saludos!
Buena entrada! Sócrates se decía "partero de ideas", igual que su madre, una partera. El ayudaba a los demás a descubrir la solución, a los problemas que tenian, mediante el ya nombrado método Socrático, ya que argumentaba que la soluciòn a nuestros problemas la tenemos nosotros. Lástima que no deseo aprender a leer, Platón tuvo que sentarse son él para recordar viejas conversaciones para luego escribirlo de memoria. Sócrates pensaba que el desarrollo de las escritura sería terrible para el conocimiento y el saber humano (Timeos de Platón). Hay una frase que se usa hoy en día para levantar información cuando el cliente nos presenta su caso : Para responder a tus preguntas, debo hacerte unas antes.
ResponderEliminarSi el cliente supiera como resolver su problema lo haría él mismo!. Por eso se pide experiencia en los trabajos de consultoría, para tener ejemplos, comparaciones, metáforas y argumentos. Pero... ya sabemos como es.
Saludos y buen Blog!
SOLO SE QUE NADA SÊ
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